
lunes, 29 de abril de 2013
jueves, 25 de abril de 2013
JACOBO FIJMAN
De Estrella de la Mañana:
Poema VI
Ha caído mi voz, mi última voz, que aún guarda mi
nombre.
Mi voz:
Pequeña línea, pequeña canción que nos separa de
las cosas.
Estamos lejos de mi voz y el mundo, vestidos de
humedades blancas.
Estamos en el mundo y con los ojos en la noche.
Mi voz es fría y sucia como la piel de los muertos.
Poema VII
Roe mi frente dura
el lobo de la media noche.
Una escondida estrella arrima su sosiego.
Entre todos los soles ya se me canta aceite de
júbilos.
Siento en mis manos venir la estrella de la mañana.
J.Fijman_entrevista
Por Vicente Zito Lema *
–Hay en su obra, especialmente en sus primeros poemas publicados,
una constante referencia a la locura. Incluso la invoca como si fuera el camino
para cumplir su destino, “el camino más alto y más desierto”. ¿Por qué esa
invocación? ¿De qué demencia se trata? ¿Es una invocación filosófica, en el
sentido de Platón, o usted habla concretamente de la enfermedad mental, del
sufrimiento y de la internación que usted padece?
–Me
refiero a la demencia en el sentido más total, absoluto. Hay formas de la
demencia que obedecen a los nervios centrales y otras a los nervios
periféricos. Pero también puede ser un castigo. El que va a nacer elige ser
bueno o malo. Eso se da hasta con las vacas. También es cierto que la mayoría
de los demonios tienen la médula desviada. Cualquier enfermedad, aun el cáncer,
es estado de locura. Los médicos tendrían que seguir a fondo las enseñanzas de
Hipócrates, que curaba hasta con fuego. ¡Y pensar que incluso hay gente que se
alegra de estar loca! La demencia debe ser vista desde un punto de referencia
moral. A esa pobre gente que está en el hospicio habiendo pasado por lo más
horrible habría que darle buena comida (aquí la comida es pésima), y enseñarles
a sentarse a la mesa, a no robar, a no blasfemar... Hay que cambiar,
fundamentalmente, la higiene. Es que el hambre, el abandono, la suciedad, las
humillaciones, la crueldad de la pobreza contribuyen al deterioro sin tregua de
la criatura humana, de su cuerpo y de su alma. Es cierto, en mi poesía invocaba
la locura. Aquí se conoce la locura.
–La relación entre el arte, las crisis espirituales más profundas,
esos estados que suelen calificarse de locura o demencia, continúa siendo un
misterio de difícil revelación. En su criterio, ¿en qué medida la enfermedad
mental puede influir en una obra artística? Y de darse: ¿cómo se percibe esa
influencia? ¿Con qué palabra se describe? ¿Quién puede rendir cuentas de la
normalidad de un abismo por fuera del abismo?
–Diría
que es un misterio de esencialidad poética, que se arrima a lo divino, y que no
puede ser debidamente abarcado por quien no se haya purificado en el fuego de
la poesía, primero su lengua y su razón, y después su alma. Corelli escribió su
sonata “La locura” después de estudiar durante años esas enfermedades. Y cuando
terminaba de tocar la sonata en su casa salía a la calle a conocer a la gente,
viendo con tristeza que la mayoría estaban locos. Yo he investigado el alma,
también la psiquiatría, en tanto se ocupa del alma, sin decirlo y sin saberlo,
lo que aún es más trágico. sé que los ciegos y sordomudos son dementes. Que
los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los
que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas
y demoníacos de todos. En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en
ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto
no se equivocan, ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática, y
menos todavía en contra de los grandes estupores que nos presenta la vida. Pero
a la vez presiento que en la poesía y en la locura hay un mismo soplo.
–¿El soplo de la inocencia?
–¡Y
del espanto!
–En el nombre de la “razón”, la sociedad prohíbe el delirio, las
leyes y la psiquiatría lo castigan. ¿Pero qué es el delirio? ¿La secreta
necesidad poética de la especie humana? ¿La creación de un hombre superado por
su conciencia y su dolor para no estrellar su cabeza contra un muro?
–Hay
un delirio poético, del que padecen los poetas, los artistas, y que no siempre
es doloroso aunque provoque angustia. Pero el delirio que yo conozco en la
profunda intimidad de mi ser es el del hombre que busca todos los caminos en
una gran oscuridad para encontrarse con Dios. Acá, en el hospicio, hay otros
delirios, pero se apagan lentamente... Siempre el delirio es como salirse de un
surco, un arado que escapa del surco.
Los
tribunales clasifican a los enfermos en tres categorías. Primer grupo: el de la
fatuidad (imbéciles, idiotas). Segundo grupo: los frenéticos.
Tercer
grupo: el de la insania. A mí me incluyen en el tercer grupo... ¿Podrán saber
que hablo con Dios, que me besan los ángeles? ¿O burdamente piensan que deliro
cuando me niego a repetir que dos más dos son cuatro? Me pregunto, usted ama la
poesía, pero vive fuera del hospicio, ¿eso lo salva del delirio?
–Yo me pregunto si quiero ser salvado... Para mí el delirio son
instantes. Instantes que duran toda una vida. Y es un derecho profundo,
personalísimo. Lo veo como una demostración de que el alma existe.
También siento el delirio como una virtud humana, que trae la
gloria, y nos sostiene ante la mirada de la muerte; entonces intuyo que el
precio de su existencia es el infinito espanto de estar abandonados y solos en
el momento de la verdad...
–A
mí me espanta su tristeza; tendría que volver a Dios. Porque su tristeza puede
convertirse en una ofensa para el infinito amor de Dios. Yo puedo pedirle a
Dios que en el momento de su muerte lo reciba. Pero tendrá que esperar, el río
de su viaje es caudaloso. Además aquí en el hospicio, siento por momentos que
ya no soy yo. Todo languidece, se opaca... Es tan difícil vivir aquí sin que el
alma se convierta en una piedra... ¿Será por eso que los médicos todavía
persiguen la piedra de la locura? Hay noches en que miro la noche y me río.
Horas y horas me río, pero en silencio, que nadie me escuche...
–A través de la experiencia de su larga reclusión, ¿piensa que
hubo alguna evolución en las técnicas psiquiátricas, en la comprensión del
mundo diferente del internado, en la situación de vida en el hospicio? ¿Es una
desmesura imaginar en este lugar a un psiquiatra que ve en los ojos de su
paciente la luz sin mácula y a la par desgarrada de la poesía?
–¿Ver
la luz celeste de la poesía en la oscuridad perversa de un infierno...? Sólo
Dios, o los ángeles podrían hacerlo. Me cuesta hablar de la realidad del
hospital en forma tan directa, particular. No se olvide de que para la sociedad
sigo siendo un loco, un incapaz de buenos juicios. Que debo, al menos en lo
formal, aceptar el orden que se me impone, por injusto que sea. Es que no tengo
defensas. Ya no existo para el mundo exterior; soy –aunque yo sé bien lo que en
realidad soy– un poquito más de esa basura que se aparta para que no hiera con
su hedor. Eso sí, por lo que yo puedo testimoniar en carne viva, diría que la
psiquiatría vigente no merece ser tratada ni analizada como ciencia. No han ido
más allá del castigo indiscriminado, del electroshock o la receta de pastillas.
En cuanto a saber del espíritu, nada, nada. ¿Pero acaso podríamos pedirle a la
psiquiatría de hoy que entienda lo que es un poseso en la filosofía de Platón?
Aun así debemos tener compasión por las ciegas criaturas que nos dañan. Y
paciencia: paciencia del amor y del llanto...
–¿Tendrán idea los que dirigen estos hospicios del daño que
causan? ¿Sabrán de la falsedad esencial del sistema de representaciones que
encarnan? ¿Estarán en conciencia de esa herida que agravan en el espíritu del
internado hasta volverla crónica, mortal...?
–Si
tienen idea, la callan. Si tienen conciencia, la reprimen. Se escuchan
orgullosos a sí mismos en ese páramo silencioso que llaman ciencia, y no
contemplan en su espejo vacío nada de nada. Para ellos el bien es salud, y la
salud silencio y obediencia, aceptar el infierno y dar las gracias. Están por
la experiencia, prefieren defender la razón. ¡Todo es una gran tragedia!
–He visto que en el hospital, bajo la lógica manicomial, y
amparados en el poder, los dueños del saber confunden la experiencia con la
rutina y el acostumbramiento, y la razón, la diosa Razón, la reducen a imponer
la obediencia, mientras la verdadera razón huye despavorida... En estas
circunstancias pregunto: ¿Qué hace aquí? ¿Por qué sigue aquí? ¿Han leído los
médicos su poesía? ¿Hay algo más certero que la poesía para conocer la verdad
profunda de un hombre?
–Usted cree demasiado en la poesía, le espera
una vida difícil. Yo también creo, pero desde la resignación. El misterio de la
poesía nos saca de la influencia de la carne y nos permite esperar la noche
divina. Soy un poeta que ya no busca las palabras, sino el verbo; pero para los
médicos y los jueces, para su cruel simpleza, sigo siendo un enfermo mental.
Sin embargo, para mí, la sociedad en su conjunto está trastornada. Gran parte
de la gente padece de problemas mentales, en especial los psiquiatras, los
gobernantes, los hombres del poder. ¿Es que alguien sabe lo que es el alma, lo
que es el intelecto? ¿Es que alguien ama a su prójimo como a sí mismo? Los que
ven a un preso, ¿miran al preso? Los que vienen al hospicio, ¿miran al loco?
miércoles, 24 de abril de 2013
martes, 23 de abril de 2013
jueves, 11 de abril de 2013
miércoles, 10 de abril de 2013
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